ESCRITO POR LYNDA SASSON [profesora de la Escuela de Cábala].
Indudablemente el fragmento más complejo del texto bíblico es el Génesis, o Bereshit, cuya narrativa y mensaje han sido uno de los grandes misterios para filósofos, científicos, historiadores y hombres de fe, desde hace milenios. En este texto me enfocaré en un fragmento del Génesis, utilizando algunas herramientas de la Kabalá, para captar uno de sus mensajes ocultos.
El Pentateuco contiene en sus inicios dos relatos completamente distintos de la creación del primer ser humano: Adam Harishón. Estos dos relatos nos presentan, de cierta forma, a «dos Adanes», cuyos roles en el mundo serían distintos uno del otro, dos tipos de representantes de la humanidad, o dos padres con misiones diferentes. En su libro La soledad del hombre de fe, el Rab. Joseph B. Soloveitchik, una de las figuras fundamentales del movimiento Modern Orthodox, señala las diferencias en los relatos de la creación del hombre:
Primera diferencia: en el primer relato de la creación de Adam, se dice que fue creado «a imagen y semejanza de D’os»; mientras que en el segundo, se dice que D’os formó al hombre “del polvo de la tierra” y que sopló en su nariz aliento de vida.
Segunda diferencia: el primer Adam recibe el mandato de poblar la tierra y dominarla; mientras que al segundo se le encarga cultivar el huerto y cuidarlo.
Tercera diferencia: fueron creados de manera simultánea hombre y mujer en el primer relato; y en el segundo, el hombre fue formado individualmente y después Eva es creada de su costado.
Debido a que el primer Adam es motivado por su dominio implacable de la naturaleza y el entorno, se encuentra en una situación compleja, pues este enfoque puramente materialista lo lleva a un irreprimible deseo de poder y control ilimitado. Un paralelismo de esto lo vemos en el hombre moderno occidental, quien es consciente de su propia tragedia porque simplemente no es feliz. Siente un vacío que no puede ser llenado con lo material. Este vacío existencial del Adam del primer relato bíblico es, por ende, resultado de su exclusivo dominio material.
Según Soloveitchik, cuando el hombre fue creado a «imagen y semejanza de D’os», se refiere a los atributos internos del ser humano, como un ser creativo; es decir, en su capacidad para convertirse en creador. Es a este primer hombre a quien se le ordenó dominar la tierra. Por ello, se pregunta el cómo de la naturaleza, le interesan los sistemas cuantitativos, quiere entender el mundo a través de la ciencia, reproducir las dinámicas del cosmos para (en la medida de lo posible) poderlo dominar. Sus cuestionamientos tienden a ser más apegados hacia el conocimiento de lo material que al conocimiento espiritual. En otras palabras, le interesa conocer cómo funciona el cosmos para fines prácticos, y poder cumplir con su tarea de poblar y señorear la tierra.
Le interesa conocer cómo funciona el cosmos para fines prácticos, para cumplir con su tarea de poblar y señorear la tierra.
En términos de la Kabalá, podemos decir que este primer hombre tiene una gran inteligencia racional, un entendimiento (la sefirá de Biná) muy potente. Para esta tarea, Adam busca validar su identidad, su fundamento (la sefirá de Yesod) en lo externo, en el reconocimiento público. Así es como encuentra su sentido de dignidad.
El segundo Adam, a quien se le ordena «cultivar el huerto y cuidarlo», es un hombre que debe trabajar con tranquilidad, disfrutando principalmente de los procesos, más que de los resultados. Este hombre es motivado por su curiosidad intelectual para entender el misterio del ser, es decir, se cuestiona más en los temas metafísicos (y menos en cuestiones utilitarias). Su tema de interés se enfoca en las preguntas más expansivas: ¿quién soy?, ¿qué soy?, ¿para qué fui creado?, ¿quién o qué me creó?
Valora la espiritualidad, sabe descubrir milagros en lo cotidiano, y se enfoca en su lo existencial y trascendental.
Este segundo Adam se encuentra atraído por la experiencia, el entorno cualitativo, por la cercanía con su creador. Valora la espiritualidad, sabe descubrir milagros en lo cotidiano, y se enfoca en lo existencial y trascendental.
En consecuencia, este segundo hombre no encuentra su validación en lo externo. no le interesa impresionar a la sociedad, pues ese tipo de dignidad no le satisface. En cambio, busca su identidad, en su interior, conocida en la Kabalá como belleza (Tiféret). Quiere descubrir su propio yo. El segundo Adam tiene naturalmente una sabiduría (la sefirá de Jojmá) muy desarrollada.
El relato bíblico nos habla de los dos Adanes para enseñarnos algo. ¿Cuál es el mensaje que tiene D’os en esta narrativa? Como podemos ver, los dos son el mismo ser, pero sus intereses y roles en el mundo no lo son. Sus cuestionamientos son distintos, así como también sus respuestas.
Todos en nuestro interior tenemos a estos dos arquetipos, tenemos esta confrontación de nuestro ser. Por un lado, somos el hombre que conquista el mundo, y por otro lado, somos el hombre de fe. Dentro de nuestra lucha interna por los distintos aspectos de nuestra personalidad, vivimos con la contradicción por dominar y disfrutar de la materia, de sentirnos dignificados por nuestro esfuerzo; pero al mismo tiempo, queremos ser parte de algo más grande, queremos desarrollar nuestra espiritualidad.
El texto bíblico nos señala, a manera de estos relatos diferentes, las dos tareas que debemos realizar en el mundo. Por una parte, regir sobre la naturaleza, y por la otra, trascender espiritualmente. Si olvidamos una tarea, no podemos llegar a estar completos. Si solo trabajamos por lo material y olvidamos nuestro ser interior, estamos dejando de cumplir uno de los roles fundamentales que D’os nos encomendó. Y de igual manera, si dedicamos todo nuestro esfuerzo en conseguir logros puramente espirituales, no podremos cumplir con el mandato integral de D’os. Fuimos creados para trabajar simultánea- mente a través de lo material y de lo espiritual.
Pero además, para poder cumplir con nuestra tarea en el mundo, las dos personalidades, nuestros dos Adanes, deben ser cómplices y trabajar como una sola unidad, no como dos fuerzas opuestas.
De acuerdo con la Kabalá, si la sabiduría (Jojmá) y el entendimiento (Biná) trabajan en conjunto, pueden llegar a dar lugar a la existencia de conocimiento (Daat).
El significado etimológico del término hebreo Daat es apego o unión, y literalmente significa ‘conocimiento’. En la Torá, cuando se habla de conocimiento se refiere al acto sexual, a la unión de dos opuestos. Esto nos enseña que la unión como acto físico puede llamarse Daat. De igual forma, si hay una copulación simbólica entre Biná y Jojmá, aparece Daat de manera natural (no hubiera sido necesario comer del Árbol del conocimiento del Bien y el Mal para obtener ese conocimiento). Y de lo contrario, cuando esas dos sefirot trabajan de manera independiente una de otra, es que ocurre el mal en el mundo.
Lo cual nos lleva a la tercera diferencia entre los dos relatos bíblicos: en la relación de Adam con Eva. vemos que en el primero, Adam fue creado en una sociedad (hombre y mujer creados juntos), mientras que en el segundo, Adam fue creado en soledad.
De igual forma, es nuestro deber cumplir con los dos roles: trabajar en sociedad (con nuestra pareja y con nuestros semejantes en general), y también trabajar en soledad (con nosotros mismos). Las dos tareas son fundamentales.
Si una persona elige que su camino para la felicidad será el cumplimiento exclusivo de uno solo de sus roles, se dará cuenta que su búsqueda será inútil. El hombre necesariamente tiene un rol social y un rol personal, una tarea en conjunto y una tarea individual. Tiene que mezclarse, reproducirse y convivir de manera social, pero simultáneamente deberá saberse único y conocerse en soledad.
Porque el tercero y definitivo Adam seríamos cada uno de nosotros, quienes seguimos escribiendo la historia del Génesis.
La clave para entender los mensajes espirituales que se encuentran en el texto bíblico, es que no todo está dicho. Concretamente, Bereshit nos presenta dos relatos de un mismo hombre, y el mensaje oculto es que en el ser humano conviven roles e intereses aparentemente distintos. Pero en el campo de la acción, debemos unificarnos en un solo Adam, en un solo ser que trabaja en conjunto con sus dualidades y logra trascenderlas.
D’os nos ha dejado ser coparticipes del texto bíblico en todo momento. Podemos participar en la historia mientras escribo estas líneas y tú las lees. Porque el tercero y definitivo Adam seríamos cada uno de nosotros, quienes seguimos escribiendo la historia del Génesis, trascendiendo así los límites del tiempo y el espacio. Mientras D’os escribe su Génesis, nosotros -los seres humanos- lo experimentamos.
Artículo publicado en la revista Identidad Monte Sinai, primavera 2020.
©Lynda Sasson
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