ESCRITO POR AMALIA MARÍN MUÑOZ [profesora de la Escuela de Cábala].
Se podría decir que el hombre es una estrella nacida en la tierra. Y que entre el periodo de la muerte y el nuevo nacimiento viajamos para volver a ver las estrellas.
Cuando en la cúspide de nuestro viaje hacia las esferas celestiales encontramos la imagen superior de nosotros mismos, se nos confía una tarea. ¿Cuál es? Que el hombre en la tierra se convierta en imagen del arquetipo celestial.
Tomamos esta misión dentro de nosotros, en nuestro interior, como una semilla de nuestra alma en formación y llena de propósitos, y así vamos a descender nuevamente a la siguiente encarnación.
Hay una “reflexión del alma” que podemos hacer: «Cuando nazcas en el planeta azul, olvidarás esta misión que ahora es querida por tu corazón. Pero si miras las estrellas el tiempo suficiente, profundamente, entonces te recordarás a ti mismo y a lo que fuiste a hacer allí».
Con ganas de recordar, descendemos ahora hacia la tierra, teniendo en el corazón la tarea encomendada a cada uno de nosotros. Esfera tras esfera, nos ponemos nuestras vestimentas, hasta que nacemos ajenos a nuestra misión. Pero esfera tras esfera, los seres celestiales nos confían lo que a su vez habíamos trabajado con esfuerzo, en nuestro viaje anterior.
Cábala y antroposofía: La sabiduría de la cábala
Una forma novedosa de acercarnos al conocimiento de la cábala, otra perspectiva, desde la visión que aporta la ciencia espiritual de Rudolf Steiner y la antroposofía. El propósito de ambas es que el ser humano tome conciencia de que existe otra realidad más allá de la estrictamente física.
Podríamos decir, y nos apuntan incluso si lo olvidamos, que los seres celestiales llevan con nosotros lo que con esfuerzo e iniciativa hemos trabajado a través del sacrificio de nuestras vidas pasadas… «Lo hemos guardado para ti; ahora, tómalo y vete y cuando redescubras estos dones, estaremos aquí»; nos dicen.
Así, desde las estrellas, pasando por el sol, más allá de las puertas de la luna, entramos en la esfera terrestre. Y al nacer, nos sumergimos en un mundo de impresiones sensoriales que nos acoge y envuelve.
El espíritu que éramos antes, ahora teje para dar forma a las envolturas, cada una según su sustancia.
Aquí nos encontramos en medio de nuestra vida, en este bosque oscuro, en la tumba de la materia, dormidos a nuestra propia esencia, pero es en esta oscuridad que el hombre recuerda y aparece como aquella imaginación que nos dice: «Mira las estrellas y recuérdate a ti mismo, porque es en la noche más oscura cuando las estrellas brillan con más fuerza».
Es en la disolución de la muerte que nos encontramos con quienes somos, más allá de las apariencias. Somos uno con el ser de la tierra, nuestra misión y su misión, son una: ascender nuevamente de la materia al espíritu y, al espiritualizar la materia, nos convertimos en un nuevo espíritu, uno con el espíritu de la tierra.
Y así, a medida que vayamos limpiando, la luz penetra en la oscuridad y la ilumina… y al poner en práctica nuestros dones, acabamos iluminando la oscuridad.
Al levantarnos de la tumba de la materia, nos elevamos a la luz del espíritu, llevando nuestros dones a la madurez, como frutos del Árbol de la Vida, hacemos al hombre y a la tierra uno.
Entonces, aquí está la invitación: «Levantémonos y caminemos con el espíritu de la tierra, más allá de las puertas de la luna, a través del sol, hacia arriba, para ver las estrellas nuevamente».
©Amalia Marín Muñoz
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