ESCRITO POR MIGUEL ZAMUDIO [profesor de la Escuela de Cábala].
La tradición nos enseña que cuando Moisés sube al monte Sinaí el Creador le dice: «Nadie puede ver mi rostro y vivir»; en otras palabras, no podemos observar la unidad del infinito (Ain) sin antes haber dejado atrás nuestro yo egoísta y dividido, reconocer nuestra individualidad como parte pequeña distante de la unidad (Ani).
Ante la incapacidad subjetiva de poder entender desde nuestros limitados conceptos, se necesita construir un estado de conciencia (Daat) en los terrenos subconscientes e inmateriales, dentro de esa dimensión interior donde el fuego ardiente que no consume extraiga de nuestra luz obscura la iluminación (Boaz). Seguramente somos una entidad distinta al sujeto que hemos construido en la realidad del mundo material (Maljut de Asiá).
Este proceso de convertirse en una especie de ser angélico desde Maljut, o de retornar desde el reino al paraíso, tal como hizo Enoch o el profeta Elías, ha sido la propuesta de muchas escuelas de sabiduría oculta.
Actualmente, la masonería especulativa (escuela filosófica de manufactura judía de acuerdo a sus ritos) se encamina a la búsqueda de la palabra perdida y, basada en sus propios documentos históricos traídos a la luz en los últimos años, intenta hacer un resumen de estos trabajos de perfección, que pueden ser entendidos de mejor manera desde la cábala, ya que la mística judía tiene la capacidad de explicar e integrar todas las percepciones del conocimiento dentro de la realidad por medio de la Torá. Como dicen los sabios: «La Torá es el lenguaje de la conciencia y nos permite tener cuatro niveles de comprensión».
Masonería y cábala: El maestro secreto
Un acercamiento a la cábala y la masonería, como uno de sus frutos, para adquirir herramientas de crecimiento personal y desarrollo espiritual.
Si por un momento imagináramos a la cábala como un árbol de frutos dulces, cuyas raíces provienen de la semilla de la Torá, seguramente en alguna de sus ramas de sabiduría perenne existiría un fruto como la masonería, pues antes de que apareciera el concepto de cábala en la Edad Media, a este conocimiento se le conocía como la «sabiduría oculta» o el misterio de «la palabra perdida». Y cuando la coyuntura política en algún momento de la historia de la humanidad impidió la libre investigación, la sabiduría siempre se refugió discreta.
Las logias operativas escocesas desde tiempos antiguos ya tenían establecidos los tres grados de aprendiz, compañero y maestro en su sistema gremial como organización de constructores de grandes obras en los diferentes imperios. De ellos aprendieron lo que a la vista debería de observarse expresando lo oculto.
La masonería filosófica que no existía ni de nombre ni de hecho hasta 1717, no fue concebida de un momento a otro, sino que llegó como resultado de años previos de trabajo. Los historiadores creen que este periodo de transición tomó cerca de 60 años para tal empresa (1657 – 1717), terminando expresada en tres rituales por cada grado en 1682 por Elías Ashmole (1617 – 1692), un judío converso miembro de la logia masónica operativa de Warrinton Lancaster desde 1646, según documentos históricos.
Ashmole reunió numerosos textos con la intención de escribir una historia de la masonería operativa entre los siglos XIV y XVII. Entre los documentos encontró una antigua iniciación del gremio escocés y, junto con otros miembros (algunos criptojudíos provenientes de España y Portugal), introdujeron la influencia hebrea en el simbolismo masónico; basados en los estudios sobre el Templo del Rabino Judah León (1602 – 1675), un judío neerlandés de ascendencia sefaradí experto en Heráldica, quien dejó su huella en el escudo de la Gran Logia Unida de Inglaterra y también con el influjo directo de Isaac Matatía Aboad (1632 – 1707), otro neerlandés de ascendencia sefaradí, quien era además dramaturgo y poeta, una especie de filólogo autodidacta, que por encargo reprodujo los principales libros de cábala conocidos en esa época al portugués y al español.
Esto nos aclara la existencia de una similitud. Y cuando los símbolos que ocultan un saber se observan desde la cábala, entonces emanan su luz.
©Miguel Zamudio
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